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DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.

DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA

S. I. CATEDRAL SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL

SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ

 

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

CELEBRACIÓN DE BENDICIÓN DE PALMAS

13 DE ABRIL DE 2025

 

HOMILÍA

+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA




 

Primera Lectura. Del Libro del Profeta Isaías 50, 4-7: No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado.

Salmo Responsorial.  Del Salmo 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2, 6-11: Cristo se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó.

Aclamación antes del Evangelio. Flp 2, 8-9: Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.

Evangelio. Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14–23, 56: Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: “Ciertamente este hombre era justo”Y toda la muchedumbre que había acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas:

 

Con el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor iniciamos la Semana Santa. Acompañamos a Jesús tanto en su entrada mesiánica triunfal en Jerusalén, como también en el camino hacia su pasión, muerte y resurrección. Ambos momentos, de dolor y gloria, se encuentran y confluyen en la misma celebración. La entrada victoriosa expresa el reconocimiento que merece Jesús por ser el Mesías de Dios. Pero no se trata de un triunfalismo barato, pasajero y efímero. Al contrario, esa entrada expresa el más profundo reconocimiento desde el corazón creyente a quien es el Hijo de Dios.

 

La celebración de este Domingo de Ramos de la Pasión del Señor nos invita a contemplar y a comprender el genuino mesianismo del Hijo de Dios, rechazado y humillado. Él es el Soberano que no reina desde un trono de oro o marfil, sino desde la cruz, expresión paradójica de humillación, pero también de quien es levantado en lo alto. La cruz es signo de ignominia y de victoria a la vez.

 

El Domingo de Ramos de la Pasión del Señor posee dos significados en apariencia contrapuestos, pero que se encuentran, se unen y complementan: la entrada triunfal es al mismo tiempo el inicio del camino hacia la cruz. Las aclamaciones al “Hijo de David” son también gritos que encaminan hacia la muerte del Hijo de Dios encarnado. Triunfo e ignominia, aclamaciones e insultos, apoteósica entrada y vejaciones se funden en la única realidad del mesianismo de Jesús. Este es el mensaje del Domingo de Ramos. El relato de la Pasión del Señor que nos ofrece San Lucas no es sólo una serie de simples datos informativos. Es una proclamación de fe, para ser escuchada con esa misma actitud creyente, para ser reflexionada y sobre todo para ser vivida y testimoniada.

 

En el tercer cántico del Siervo de Yahvé, en el Profeta Isaías, se asoma un hombre sabio y discípulo a la vez, encargado de enseñar a los que honran y respetan a Dios, pero también a los extraviados. Gracias a su valentía y a la ayuda divina, él soporta toda clase de humillaciones, hasta que Dios le otorgue el triunfo definitivo.

 

Hoy en el Salmo Responsorial hemos orado con las palabras del Salmo 21, que el mismo Jesús pronunció en la cruz: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Lejos de ser un grito impotente y desesperanzado, es la súplica del indefenso que confía sólo en Dios, su único Salvador. Jesús en la cruz, hace suyas esas palabras del salmista, evidenciando que su esperanza absoluta está en su Padre.

 

San Pablo nos ofrece lo que pudo ser un himno de la primitiva comunidad cristiana, anterior a la Carta a los Filipenses. Este precioso himno destaca la fuerza de la encarnación de Cristo y su abajamiento hasta la muerte de cruz, pero también su exaltación por encima de todo. Ese himno expresa también la perfecta vinculación entre humillación y glorificación.

 

Por tanto, la Liturgia de este Domingo de Ramos de la Pasión del Señor nos recuerda que nuestra meta es participar en la gloria del Mesías, pero a ésta sólo llegaremos a través del sufrimiento con sentido redentor. Porque nuestro Salvador, al asumir el dolor humano ha transformado su sentido, dejando de ser la desgracia o la terrible tragedia inevitable en la existencia humana, llega a ser causa de redención. Pero sólo encontraremos esta mística del sufrimiento si logramos entender el genuino mesianismo de Aquel a quien hoy aclamamos jubilosos.

 

El relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo que nos ofrece San Lucas lejos de ser una narración anecdótica sobre hechos ocurridos en el pasado, es una proclamación de fe válida para los creyentes de todo tiempo y lugar y una ocasión para entender que la pasión del Señor continúa en tantos hermanos necesitados de esperanza, que sufren tantos lugares azotados por la guerra y la violencia.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas: Celebremos con mucha fe los misterios de nuestra redención, que arrancan con este Domingo de Ramos. Que nuestras aclamaciones a Jesucristo broten desde lo profundo del corazón y no se asimilen a las que profieren las multitudes manipuladas, hipócritas o interesadas, que con gritos lisonjeros aclaman a falsos mesías, gobernantes terrenales, hinchados de poder temporal, que en su egolatría se embriagan con las adulaciones serviles de sus abyectos incondicionales. Nosotros aclamamos al verdadero y único Mesías, el que nos amó y se ofreció “hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 8).

 

Que la Semana Santa, de modo especial los días del Triduo Sacro, sean mucho más que tiempos de vacaciones y esparcimiento, a veces no tan “sano” y mucho menos “santo”. Que estos días sean el espacio propicio para que personal, familiar y comunitariamente nos lleve a interiorizar y vivir intensamente los misterios de la muerte y resurrección del Señor, en los que se sustenta nuestra fe y esperanza. Jesucristo, quien se encarnó, humilló, murió y resucitó para nuestra salvación, y ahora se ofrece en la Palabra y en la Eucaristía, renueve y transforme nuestra existencia cristiana, de modo que este Año Jubilar podamos ser auténticos peregrinos y testigos de esperanza, en medio de este mundo tan convulsionado y necesitado de ella.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas: Al mirar a Jesús hoy tendremos que renovar nuestro esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús. Esto es lo que debería de estar presente en el corazón de todo creyente en esta Semana Santa. Es cierto que se inicia con la celebración de una entrada triunfal muy especial, pero después y a partir de la proclamación del Evangelio de este día, se manifiesta en la entrega plena de amor y compasión por todos los hombres y por todas las mujeres. Semana Santa es la manifestación de la misericordia de Jesús. La donación, la cruz, la muerte y la resurrección de Jesús serán el grito que clama por la vida en una cultura de muerte. Hoy acompañemos a Jesús con gritos de alegría y hosannas, pero durante toda la semana acompañémoslo en su pasión, muerte y resurrección. Somos sus discípulos misioneros ¡Vivamos esta Semana Santa con Jesús! Que así sea.

 
 
 

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